La mejor hora para tomar el sol y librarte de domingueros
Estuvo varios años navegando y en el curso de esos traslados a que todos los marinos mediocres están sujetos, y en especial aquellos a quienes todos los capitanes desean quitarse de encima, fue a dar por seis meses a la fragata Laconia del capitán Federico Wentworth. A bordo de la Laconia y a instancias de su capitán escribió las únicas dos cartas que sus padres recibieron de él durante toda su ausencia; es decir, las dos únicas cartas desinteresadas, pues todas las demás no habÃan sido más que simples pedidos de dinero. En todas ellas habló bien de su capitán; pero sus padres estaban tan poco habituados a fijarse en tales cuestiones y les tenÃan tan sin cuidado los nombres de hombres o de barcos, que entonces apenas repararon en ello. El hecho de que la señora Musgrove hubiese tenido aquel dÃa la súbita inspiración de acordarse de la relación que guardaba con su hijo el nombre Wentworth parecÃa uno de esos extraordinarios chispazos de la mente que se dan de tarde en tarde. Acudió a sus cartas y encontró confirmadas sus suposiciones. La nueva lectura de aquellas cartas después de tan largo tiempo desde que su hijo desapareciera para siempre y después que todas sus faltas hubieron sido olvidadas, la afectó sobremanera y la sumió en un gran desconsuelo que no habÃa sentido ni cuando se enteró de su fallecimiento. El señor Musgrove también estaba afectado, aunque no tanto; y cuando llegaron a la quinta se hallaban en evidente disposición de que primero se escuchasen sus lamentaciones, y luego de recibir todos los consuelos que su alegre compañÃa pudiese suministrarles. Fue una nueva prueba para los nervios de Ana tener que oÃrles hablar hasta por los codos del capitán Wentworth, repetir su nombre, rebuscar en sus memorias de los pasados años y por fin afirmar que debÃa ser, que probablemente serÃa, que era sin duda el mismo capitán Wentworth, aquel guapo joven que recordaban haber visto una o dos veces después de su regreso de Clifton, sin poder precisar si hacÃa de eso siete u ocho años. Pensó, sin embargo, que tendrÃa que acostumbrarse. Puesto que el capitán iba a llegar a la comarca, le era preciso dominar su sensibilidad en lo tocante a este punto. Y no sólo parecÃa que lo esperaban y muy pronto, sino que los Musgrove, con su ardiente gratitud por la bondad con que habÃa tratado al pobre Ricardito y con el gran respeto que sentÃan por su temple, evidenciado en el hecho de haber tenido seis meses al pobre muchacho Musgrove a su cuidado, quien hablaba de él con grandes aunque no muy bien ortografiados elogios, diciendo que era “un compañero muy vueno y muy brabo, sólo demasiado parecido al maestro de la ezcuela”, estaban decididos a presentársele y a solicitar su amistad en cuanto supiesen que habÃa llegado.